martes, 8 de junio de 2021

Marea

Un día jugué a ser escritora con mi compañero de trabajo. A veces nos aburríamos y hablábamos de anarquismo o pedagogía. Y los dos aprendíamos, o al menos yo. Nos amargábamos sabiendo que estamos en una caja sistemática, llena de piezas que se mueven y vuelven al lugar, que nos mienten y nos hacen creer que somos libres. Y entonces abríamos los ojos por un momento, nos enojábamos con la sociedad, y volvíamos a ser parte de ella. Pero nos divertíamos un rato, era mejor que atender a las personas que venían a comprar, con sus caras o su mal humor, con su casi nula educación, con su prepotencia. Un día se le ocurrió que escribamos. Usó un método que yo ya había utilizado, no recuerdo con quién. –El cadáver exquisito- me resuena en la mente. Me pidió un papel de color, y escribió todo un lado. Me lo devolvió, y me propuso que siga su historia. Y así, yo escribí y se lo devolví. Armamos una historia hermosa, pero historia al fin. Irreal, efímera, y así fue, como debía ser.